lunes, 22 de agosto de 2016

Somos el caballo de Troya

Qué bien se nos da hacernos daño. No hablo de hacernos daño mutuamente, que posiblemente también se nos dé mejor de lo que debería, hablo de hacernos daño a nosotros mismos. Demasiado bien se nos da creernos menos de lo que somos, creer que no podemos hacer algo en vez de creernos capaces de todo, creernos culpables de cada cosa que pasa... Qué bien se nos da ponernos tristes aposta, ecuchar baladas en lugar de alegres temazos, forzar las lágrimas en vez de una sonrisa, ver fotos que no deberíamos, leer lo que ya pasó hace tiempo y escribir los recuerdos que deberíamos olvidar. 

Nos ponemos una fuerte coraza a prueba de balas, a prueba de cualquiera que intente penetrarla, pero es que nosotros somos el enemigo, somos el caballo de Troya que ataca la ciudad desde dentro, somos el fuego desde el interior, somos tan listos de no dejar entrar a nadie pero tan tontos de permitir que nosotros mismos nos destrocemos por dentro. De nada sirve nuestra muralla si el problema lo tenemos dentro, de nada sirve si somos nuestra propia guerra, el que ataca y el que defiende, de nada sirve si ambos son la misma persona.

¿Lo peor? Que somos completamente conscientes de ello, sabemos lo que nos hace daño, sabemos lo que no deberíamos hacer, pero así somos, no solo lo permitimos, si no que además somos precisamente nosotros mismos los que lo hacemos. Creemos que nos hará sentir mejor, aunque cada vez que volvemos a hacer alguna tontería acabemos siempre mal, no aprendemos, aquí no. Podemos aprender cuando una cerilla nos quema el dedo, pero no aprenderemos nunca que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos.