martes, 10 de marzo de 2015

El mundo en que vivimos

Yo me despierto en una ciudad a las afueras de Madrid, cuando subo la persiana puedo ver campo y montañas, algo que la gente del centro tiene más difícil. No tengo problemas para encontrar desayuno, lo tengo tan fácil como abrir la puerta del frigorífico. Aunque ya llega la primavera, todavía hace frío por las mañanas, me abrigo bien y me dispongo a ir a la Universidad. Para mí es posible cursar estudios superiores, aun siendo mujer, aun siendo algo cara la Universidad, y no solo eso, además puedo estudiar lo que quiero. De camino a la Universidad en el metro me doy cuenta que hace ya rato dejamos el campo atrás. Metros por encima de mí solo se alzan edificios altos y mucho tráfico provocando este aire contaminado que respiramos. En clase puedo disfrutar de conexión a Internet y casi un ordenador para cada alumno. Todos los días después de la Universidad puedo ir a estudiar inglés en una academia y a jugar a voleibol en un club cercano a mi casa. Dispongo de todas las facilidades que necesito y aun así hay días que me quejo, hay días en los que lloro y tengo problemas. Problemas del primer mundo.

Ahora imagino la vida de otras personas, niñas que se levantarán cada día con la salida del sol porque su casa no es de cemento, niñas que tendrán que andar kilómetros para conseguir agua o para ir a la escuela, en el caso de que siendo mujeres no se queden en casa y puedan estudiar. Niños que mueren cada día de hambre en el mundo mientras nosotros nos compramos otro coche porque el anterior se nos ha quedado pequeño. Mientras nosotros contaminamos nuestro aire hay personas en el mundo luchando por respirar. Mientras unos cobran 1 euro al día fabricando cosas de forma masiva y otros las compran, hay unas terceras personas que se enriquecen con toda esa miseria. Para que nosotros compremos barato otras personas trabajan durante más de 12 horas seguidas.

Claro que siempre hay alguien por encima, esa gente que tiene millones, que con solo una parte de su sueldo se abastecería con comida a millones de personas. Y es que la riqueza n el mundo está muy mal repartida. Los que son ricos en naturaleza no tienen recursos para explotarla, entonces los que tienen recursos van y no solo explotan la tierra sino que explotan también a su gente y se aprovechan de ellos.

Qué pasa con los preciosos parajes naturales que estamos destrozando, qué ocurre con los boques que estamos quemando. Estamos quemando vidas, estamos quemando cientos de especies animales que viven entre sus árboles. Ahora una ardilla no podría cruzar España de árbol en árbol, podría cruzar Europa entera de coche en coche.

Si se nos rompe el móvil, compramos otro; si se nos estropea la lavadora, compramos otra; si nos rayan el coche, lo pintamos; si se nos gasta la pintura, compramos más; ¿sabéis el problema? No podemos comprar otro planeta si destrozamos este, no tenemos otro mundo si este se nos gasta. No pensamos lo que hacemos porque pensamos que siempre tiene solución, creamos los problemas pensando que ya encontraremos la solución, en vez de intentar no crear problemas. Y este problema tiene difícil solución, porque como no nos concienciemos de que el planeta se nos muere, le enterraremos antes de lo que quisiéramos, y nosotros iremos con él.


Este mundo que habitamos es un planeta singular, es un lugar tan dispar que no lo sabemos aprovechar. Como se dice siempre cuando vas a un lugar, deja todo tan igual que no se note que has estado. No deberíamos tratarlo como una herencia de nuestros padres, sino como un regalo para nuestros nietos.