miércoles, 27 de febrero de 2013

Reencuentro in the Isle of Man



Laxey wheel (Isle of Man)
Cuatro de la madrugada. Me despierto en una cómoda cama en Rivas Vaciamadrid, mi cama. “Esta noche dormiré en otra”, pienso. Mis párpados pesan y mis ojos se niegan a abrirse, “son las cuatro”, deben pensar, “aún faltan más de tres horas de sueños para ponernos en marcha frente a una pizarra”. Pero hoy es diferente, no vamos a hacer lo mismo de siempre, hoy es especial, porque hoy 20 de febrero, ya son las cuatro y media y nos montamos en el coche, hoy el sueño se va a hacer realidad.

Aeropuerto de Madrid-Barajas, no hay mucho movimiento y todo está cerrado, es pronto, pero mi estómago pide algo, “espera, todavía no podemos comer”. Hay que buscar dónde debemos facturar, dónde dejar nuestras maletas… “¿Las pesarán? ¿Notarán ese kilo de más?” la maleta azul y nosotros esperamos que no. Ya está, aquí es, esa es nuestra compañía. Allá vamos. “Vamos a tener que sacar algo, pesa demasiado, nos van a llamar la atención”, piensa mamá. “Espero que no lo noten, nunca dicen nada, es solo un kilo”, piensa papá. ¿Y yo? ¿Qué pienso yo? No pienso nada de la maleta, no dirán nada, solo sé que tengo hambre y sé que lo único que quiero es llegar, sí, llegar cuanto antes, dejar de ser hija única, eso pienso desde que se fue. Ya está. Prueba superada, es solo medio kilo más, no nos dicen nada, una etiqueta, un botón y perdemos las maletas de vista. “Espero que lleguen con nosotros”, pensamos ahora todos. Bien, siguiente paso: puerta de embarque. Bueno. Para eso pasamos la aduana primero: zapatos fuera, relojes en la bandeja, abrigo quitado… oh no, la espalda de mamá, pitido, luz roja y mamá ya sabe qué pasa. Mamá, papá y yo sabemos que pasa pero la policía no: brazos en cruz y cacheo. No encuentran nada sospechoso, claro, mamá no lleva nada sospechoso. Pero parece que yo sí. “Abra la maleta por favor”, no estoy nerviosa, es raro, siempre me pongo nerviosa como si fuera culpable de algo. ¿Tijeras? ¿Por qué no se me ocurrió sacarlas? Sin peligro, están en un estuche de clase de una estudiante y tienen la punta redonda, no voy a secuestrar el avión con ellas. “Bien gracias”. Ya son las 6.30, estamos tranquilos en la puerta por la que entraremos a nuestro avión. Enseñamos el DNI y el billete otra vez, pasamos por un largo pasillo y estamos dentro. Fila 6, asientos A, B y C. nos sentamos, mamá me deja la ventanilla, sabe lo mucho que me gusta volar, sabe que soñaría con volar. Tres asientos, no cuatro. Vaya, desde que se fue asumo que somos tres, sin embargo, lo más insignificante me hace añorar ese simple número par. “No falta mucho para volver a ser un dúo”, piensa papá. “Volveremos a ser el cuarteto”, piensa mamá.

Abróchense los cinturones, prohibido fumar, las salidas están… bla bla bla. Debería escucharlo y traducirlo, pero ya habrá tiempo para tener que traducir lo que me dicen, ahora lo dirá en español. Miro por la ventanilla, todavía es de noche y ha llovido, todo está mojado. Siete y media y el avión comienza a dirigirse a la pista, increíble, qué puntualidad. Nos vamos, acelera, acelera más y más y cuando nos queremos dar cuenta estamos en el aire. No siento suelo bajo mis pies, esto que piso no tiene base, estoy a 500 metros de tierra firme y subiendo, los coches se van alejando, ahora el laberinto de carreteras parece un hormiguero. ¿Qué pensarán todas esas personas ahora? No se imaginan a dónde voy o por qué. O quizá sí, yo lo hago cuando veo aviones. Pienso e imagino dónde se dirigen y qué personas van en él… sí, hay alguien ahí abajo que piensa en mí sin saber quién soy. De repente no veo nada, las gotas de la ventanilla han desaparecido, pero no es eso lo que me impide ver, todo está completamente blanco… Ah, las nubes. Sí, estamos atravesándolas como si no existieran, como si no fueran un obstáculo para nosotros, se apartan a nuestro paso saludando y quedando atrás. Entonces lo recuerdo, y me es imposible no buscarlo. “Mami, ¿está el abuelo por aquí? ¿Está viéndonos detrás de alguna nube? La abuela dijo que estaba en el cielo, y ahora nosotros también lo estamos”. Mamá sonreía, yo seguía buscando, parece que fue ayer pero hace ya más de 10 años de esa pregunta, y ahora sé la respuesta: sé que está, sé que está siempre y que no se dejará ver. Hemos dejado ya las nubes abajo, aquí ya no es de noche. “¿Planeta azul? Será visto desde el espacio, ante mis ojos hay una infinita capa esponjosamente blanca, parece imposible atravesarla, pero lo hemos hecho”. Son las ocho, ya ha tenido que salir el sol pero, ¿dónde está? Aquí arriba no está nublado… ah, ya lo entiendo, estamos en el ala oeste, efectivamente a mi derecha los pasajeros han bajado las persianillas por que les deslumbra, pero hay alguien que la lleva subida y me permite ver los rayos de sol. Yo puedo verlo pero miles de persona bajo mis pues contemplan otro día nublado de febrero. Mis ojos siguen sin querer abrirse y mi estómago sigue rugiendo, pero no tardo en solucionarlo. Mamá me compra un aperitivo y yo me acoplo en la ventana, automáticamente, mis ojos se cierran.

Douglas (Isle of Man)
Al abrirlos de nuevo las vistas no han cambiado demasiado: a mi derecha sigue mamá y a la izquierda compruebo que sigo volando sobre el esponjoso lecho blanco, solo hay algo distinto: cientos de copitos helados se han acomodado en el cristal de mi ventanilla volviéndola blanca. Instintivamente me entra frío y me arropo con el abrigo. El simpático azafato pide cinturones abrochados y nos informa que ya sobrevolamos el destino, Londres. “Es tan solo una escala para nosotros, nuestro destino nos espera más lejos”. Estamos descendiendo, lo noto en mis oídos, y la esponjosa capa de nubes blancas que antes estaba bajo mis pies, ahora tiene un color gris algo triste. Atravesamos la nueva capa grisácea que ya tenemos por todos lados, también sobre nosotros, está lloviendo. Aún así no paramos de atravesar nubes, hay nubes y luego vienen más nubes y más… cuando estas se acaban ya estamos a pocos metros sobre el suelo, segundos después tocamos tierra, tierra firme.  “Nadie aplaude”, pienso, “es una pena, sé que antes cuando un vuelo salía bien, al aterrizar todos los pasajeros aplaudían entusiasmados, incluso alguna vez saludaba el capitán… antes. Tuve oportunidad de vivir alguno, pero soy joven”. Es realmente gratificante sentir cómo un gran número de personas totalmente desconocidas sonríen y celebran lo mismo todos juntos, pero el sentimiento de grupo hoy en día se debilita más a cada minuto que pasa.

“Bye, thank you very much”. Cambio de chip, a partir de ahora mi mente tiene más trabajo, ha llegado el momento de traducir todo lo que lees y escuchas. Salir del avión, escaleras mecánicas arriba, rampa mecánica por un pasillo muy largo, otra rampa, andar, girar a la derecha, izquierda, otra vez derecha, rampa y escaleras mecánicas abajo, derecha y control de pasaportes. “Reclaim your bagage”, eso es, eso busco, ¿dónde?, perdón, where?, turn right. Bien, derecha y otra rampa. Ahí están, han llegado con nosotros. Una vez con las maletas no solo mi estómago ruge. “Tenemos que desayunar algo”, los tres lo estamos deseando. Recordamos nuestro anterior viaje yendo a la misma cadena de cafeterías, en esa en la que papá puede bañarse en su taza de café. Algo salado para mí acompañado de un zumo y café y bollos para papá y mamá. Mmmm… qué bien sienta llenar el estómago. Bueno, prueba superada. Son las 10 de la mañana y nuestro próximo vuelo sale a las 15.45. esperemos sentados.
Castillo de Peel (Isle of Man)

El aeropuerto tiene cosas que hacer y las horas pasan. Llega la hora del segundo vuelo. Aduanas, facturar maletas, DNI y puerta de embarque, todo sin problemas. Puerta numero 1, allá vamos. Más esperar sentados pero en un momento vemos nuestro avión a través de los cristales, bueno vemos que es una avioneta. Las hélices nos hacen sentir como en una película antigua. Un vuelo tranquilo sintiendo de nuevo la nada bajo los pies. Hace sol, atardece pero de nuevo bajo las nubes el día es frío y nublado, sin embargo aquí arriba puedo disfrutar de una preciosa puesta de sol. Descendemos, mis oídos me avisan otra vez, el precioso algodón blanco con hermosos reflejos soleados es ahora la misma masa gris ya antes conocida que amenaza con mojarnos, pero no lo hará.

Isla de Man. Nuestro verdadero destino. Bajar del avión y atravesar los largos pasillos es todo uno, también cogemos las maletas expectantes por salir a verlos. Y ahí están ellos, parecen verdaderos maneses pero en realidad su corazón no ha cambiado, solo han tenido que hacerse mayores por fuera. Hace meses abandonaron su hogar para inaugurar un nuevo “home sweet home”. Pronto también lo conoceremos nosotros. Abrazos, sonrisas y muchas palabras. “ya no soy hija única, sino que ahora, además de mi hermano, tengo otra hermana”. Todos estamos contentos, pensamos en los próximos 6 días juntos para después más meses abrazando solo su imagen en la pantalla.