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domingo, 28 de septiembre de 2014

Es sabido por todos que la vida no es justa

         Pienso en mi futuro como profesora y no sé decir qué quiero de él, pero estoy bastante segura de lo que no quiero, y es que mis alumnos se lleven de mí un mal sabor de boca como el que yo me he llevado al salir del instituto. Por desgracia, todos en general tenemos tendencia a acordarnos más de las cosas malas que de las buenas, y aunque yo no quiero olvidar todo lo bueno que he pasado en mis años de  secundaria, no puedo evitar que lo primero que venga a mi mente al pensar en el instituto sea la injusticia cometida en mi último año de bachillerato.

            Los seis años que he pasado en el instituto han estado llenos de buenos y malos momentos, pero sobre todo han estado llenos de dedicación, tanto a mis estudios como al centro. He participado en todo lo que se ponía por delante e incluso he organizado actividades. He sido alumna ayudante, mediadora, he participado en los concursos de lectura, en la hora 31, en las actividades deportivas, he tenido buena relación con compañeros y profesores, he sido delegada de clase, me he presentado al consejo escolar… Y después de dar todo esto, cuando más importancia tenía recibir algo a cambio, me descubro dada de lado por todos a los que yo había ayudado.

            Sin embargo, no confundáis mis palabras, pues yo no hice nada de esto esperando algo a cambio, ni estaba pidiendo un favor al reclamar mi matrícula de honor, simplemente reclamaba lo que era mío, y que todavía sigue siendo mío, por el esfuerzo realizado durante todo el curso de segundo de bachillerato, que ya sabemos que no es fácil para nadie. Me he dado cuenta que la vida no es justa, que lo que es mío pueden dárselo a otro, y lo harán, si tienen el poder necesario.


            Lo único que espero es que alguna vez pueda mirar mi instituto y sonreír otra vez por los buenos momentos vividos en él, sin que el recuerdo de una injusticia cometida por otros arruine lo que yo he construido por mí misma.

miércoles, 18 de junio de 2014

Te crees fuerte pero no lo eres

Es lo mismo de siempre, la misma historia, no importa que te esfuerces en cambiarlo, que intentes por todos los medios que la próxima vez no ocurra lo mismo, pero ¿sabes qué? Ocurre. Porque te crees valiente, crees que eres fuerte, pero lo cierto es que él es tu debilidad, y que no importa lo mucho que luches por separarte de él, la tierra es redonda, siempre vuelves a necesitarle. Da igual lo que te alejes, da igual que mates el tiempo con amigos, películas o helado de limón, él está siempre en tus pensamientos.

Y te das cuenta de que ese es el problema, está en tus pensamientos, pero no está ahí a tu lado, porque él sí es fuerte, sí sabe alejarse de ti, al contrario que tú, el sí puede estar sin ti. Y te planetas tantas cosas… te recomiendas a ti misma cosas que no puedes hacer, cosas de las que sabes que no eres capaz, no eres capaz de acabar con todo, de alejarte tú de él, no eres capaz de decirle "no te necesito" porque la realidad es que lo necesitas más que a nada.

Llegan las lágrimas, lágrimas de amor y tristeza, pero sobre todo lágrimas de frustración y confusión, no saber qué hacer es lo peor, no saber qué es lo mejor. Cuanto darías por viajar en el tiempo, visitar a tu yo del futuro, y saber qué decisión deberías tomar, pero la realidad es que es el ahora, el presente y que no tienes ni idea de lo que debes decidir.

Y así, otro día más, la historia se repite, mañana volverá a ocurrir, volverás a pensar todo esto, seguirás sin saber que hacer, esperando que un día la decisión correcta explote dentro de ti.


viernes, 30 de mayo de 2014

Escuela fábrica. Frato

    Llegué contento y feliz a mi primer día de clase. Aquel colegio parecía el mejor sitio al que podía ir mientras mis padres trabajaban y el mejor lugar donde formarme y ser algún día un gran profesor. Además, allí había más niños y niñas, todos sonriendo como yo, y todos con tantas ganas de jugar y aprender como yo. Éramos todos tan iguales y tan diferentes a la vez. Aquel lugar prometía ser como un segundo hogar.

    Al principio todo iba bien, jugábamos y aprendíamos aunque estábamos siendo evaluados continuamente. Todo el rato diciéndonos qué hacer o dónde ir. Éramos niños pequeños pero eso no significaba que no supiéramos elegir. Eso es, el problema es que nadie nos daba nunca a elegir, las cosas venían dadas y no podíamos discutirlas. Algunos de mis compañeros eran excluidos. Los profesores se los llevaban a clases diferenciadas o los diagnosticaban de retraso o necesidades especiales, como a mi amigo Eduardo. Yo no le notaba nada diferente. Le ayudaba alguna vez que le costaba más pero nunca pensé que necesitara estar aislado del mundo. Los profesores nos hacían creer que era por su bien, que aprenderían de otra manera más adecuada para ellos. Hoy sé que mentían, pues he vuelto a ver a Eduardo y otros compañeros como él, y en las clases donde estaban les trataban como si no supieran aprender, como si tuvieran que darles todo "masticadito" y así no tener que hacer esfuerzos. Pero ellos querían esforzarse, querían estar en las clases con el resto de nosotros, y no ser tratados como los residuos de la escuela.Yo me mantenía en el colegio. Y a pesar de los intentos del sistema educativo por evitarlo, cada vez iba siendo más consciente de lo que ocurría. Estábamos siendo fabricados, no educados. Era como crearnos de nuevo. Todos aquellos niños y niñas que vi felices y diferentes el primer día, eran ahora copias frustradas unos de otros. Destruían todo lo que teníamos en nuestro interior que pudiera impedir la fabricación para así inyectarnos los conocimientos establecidos y empezar de cero. Todos aquellos que se desviaban un poco de la trayectoria elegida, eran apartados como Eduardo. Letras, números, fechas y mapas que nos metían en nuestros cerebros y que luego vomitábamos en un examen.

Mis padres no entendían qué me pasaba, y es que estaba realmente confundido. Yo quería confiar en mis profesores, quería de verdad ser como ellos en mi futuro. Pero luego pensaba, y es que realmente no quería hacer con unos niños lo que ellos estaban haciendo conmigo y con mis compañeros. No quería una clase de borreguitos acatando órdenes y con los mismos pensamientos. Prefería que se me abalanzasen encima cargados de "por qués" antes que verles sentados obedeciendo sin rechistar. Y al verme tan confundido mis padres quisieron involucrarse en la escuela, querían ser parte de ella y ayudarme a pasar por lo que estaba pasando. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando prácticamente les cerraron las puertas del colegio. ¿En qué cabeza cabe eso? ¿Cómo puedes negar la entrada a unos padres que quieren participar en la educación de su hijo? Al fin y al cabo, ellos forman una parte más que importante en mi educación y aquellos que decían estar educándome les negaban la entrada. Entonces entendieron todo, entendieron en qué se había convertido el sistema educativo y me ayudaron a mantenerme firme y fuerte, a hacerle frente a todo aquello que intentaran imponerme, a ser fiel a mis ideas y a mis principios.

    En el último curso todos los alumnos estábamos ya fabricados listos para salir a la calle, para salir al mundo y poner rumbo al bienestar y a una gran carrera. Posiblemente sí estábamos preparados para afrontar la vida, pero ¿qué clase de vida? ¿Qué haríamos cuando alguien nos diera la oportunidad de elegir si no lo habíamos hecho nunca? ¿Qué pasaría si nuestro hijo fuera como Eduardo? ¿Tendríamos entonces que apartarle de nosotros y del resto del mundo? ¿Cómo íbamos a enamorarnos si todos fueran exactamente iguales que nosotros? ¿De qué hablaríamos con nuestros amigos si todos pensáramos igual? ¿Acaso se acabarían las guerras si todos aspiráramos a lo mismo? ¿Qué pasaría con la riqueza del multiculturalismo y de la diversidad?Esta será la educación que mis hijos reciban si no hago nada por evitarlo. Desgraciadamente serán educados en una "escuela fábrica" como la que plantea Frato en esta ilustración y como la que yo experimenté. Y a pesar de todo, creo que puedo decir que yo sobreviví al sistema educativo.


jueves, 6 de febrero de 2014

Las pequeñas cosas de la vida

¿Os imaginais disfrutando de las pequeñas cosas de la vida? Posiblemente estéis pensando que ya lo haceis... pero lo más probable es que esteis equivocados.

Vivimos atados a un reloj, un reloj que desgraciadamente no cuenta cada minuto que disfrutamos sino cada segundo que "perdemos". Y es que este reloj nos marca la vida, nos establece unos horario estrictos que debemos cumplir o perderemos nuestro trabajo, llegaremos tarde a clase o quizá incluso se nos olvidaría el día en que vivimos, ¡qué tragedia!

Disfrutar de las pequeñas cosas de la vida no es relajarte leyendo en el metro camino de la universidad, porque es un estado de relajación falso, en realidad estás en tensión para bajarte en la parada correcta porque si te pasas la estación te frustrarás, tendrás que bajarte y coger el metro en sentido contrario para recorrer las paradas que te hayas pasado, bajarte e ir corriendo para no llegar tarde a clase, todo el rato pendiente de ese reloj que te dirige la vida.

Disfrutar los detalles del día a día no es darte un respiro tomándote un café entre informe e informe en la máquina de la oficina, porque estás pensando en todo lo que te queda por hacer, estás pendiente de cuándo viene tu jefe, y una vez más, estás pendiente de ese reloj que te dirige la vida.

Disfrutar las pequeñas cosas de la vida no es llegar a casa del trabajo, comer con prisas y seguir trabajando en casa, mintras una niñera u otra persona se hace cargo de tus niños porque trabajas demasiado y no tienes tiempo para ellos, siempre pendiente de ese reloj que te avisa de cada conferencia y cada viaje, ese reloj que, una vez más, es quien dirige tu vida.

Para disfrutar de verdad las pequeñas cosas de la vida lo que tenemos que empezar a hacer es muy sencillo, se trata simplemente de VIVIR.

Vivir es sentir la lluvia en nuestra piel, dejar que moje nuestro pelo mientras cae por nuestra cara. Es reírnos de nuestros errores en vez de arrepentirnos porque se nos ha olvidado el paraguas. Vivir es escuchar los latidos de nuestro corazón, sentirnos vivos y respirar profundamente orgullosos de poder disfrutar un día más. Vivir también es estar enamorados, y sentir cómo se nos acelera el corazón al ver a esa persona. Vivir es gozar cada minuto en compañía de nuestras amistades y nuestra familia. Vivir es coger de la mano a quien queremos cuando nos apetece, y decir a esa persona especial que la amamos, sin importarnos lo que venga después, es no tener miedo al rechazo o a equivocarse. Vivir es llevar a un niño pequeño al parque y disfrutar de su infancia, e inconscientemente anhlear la nuestra.

Pero vivir es muchas otras cosas. Vivir también es derramar lágrimas, es estar triste o estar enfadado. Vivir también es cometer errores y aprender de ellos. Vivir también es sufrir de desamor y estar enfadado con el mundo cuando parece que nada te sale bien. También es fallar en aquello que queríamos conseguir, pero también es volvier a intentarlo y no rendirse.

Y aunque no queramos reconocerlo, vivir también es morir, y por ello tenemos que disfrutar las pequeñas cosas de la vida, porque cuando ya no podamos hacerlo, será cuando nos arrepintamos, y, ¿sabéis qué? En ese momento ya no habrá vuelta atrás.


sábado, 11 de enero de 2014

Carta a una maestra

  Fragmento del libro: Carta a una maestra, Alumnos de la escuela de Barbiana. En este libro los alumnos se dirigen a los profesores para protestar y hacer ver los errores que estos cometen y con los que están descontentos:

No se le permite al tornero hacer su trabajo de cualquier manera y entregar sólo las piezas que le han salido bien, si no, no haría nada para que todas salieran bien. Por el contrario, vosotros sabéis que podéis apartar las piezas cuando os plazca. Es por ello que os contentáis con mirar lo que hacen los que obtienen buenos resultados por motivos ajenos a vuestra enseñanza. […] Si tuvierais que hacer que todo lo alumnos aprobaran todas las asignaturas, seguro que os levantaríais por la noche para inventaros métodos nuevos.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Palabras

   Hace mucho que no escribes. ¿Por qué? ¿Es falta de inspiración? ¿Es falta de tiempo? No lo sé, quizá un poco de todo, pero cuando las palabras quieren salir no hay manera de detenerlas, ni el tiempo ni la falta de inspiración, llegan y dicen aquí estamos, queremos plasmarnos en este papel, en esta pantalla, queremos salir de aquí y formar todas una historia, un pensamiento. No hay manera de hacer que las palabras no salgan, al igual que las ideas, puedes mantenerlas un tiempo quizá, pero no siempre, porque llegará un día en un momento determinado, quizá cuando menos te lo esperes, que salgan de tu boca, o a través de tus manos y ya no podrás parar, porque han estado encerradas demasiado tiempo.

    Tienes talento para escribir, yo no soy capaz de expresarme tan bien. ¿Talento? ¿Yo? Pensé que eso no iba conmigo, pensé que no había algo que de verdad podía hacer bien, y, a decir verdad, creo que escribir tampoco, creo que simplemente mis palabras tienen más fuerza fuera que dentro, tienen más poder cuando las veo escritas que cuando están dando vueltas por mi desorganizada mente, puede que piense demasiadas palabras y por eso necesite ordenarlas en un papel, por escrito. Puede que por eso necesite escribir cada cosa que debo hacer, para no olvidarlo, puede que por eso lleve siempre algo donde poder escribir cualquier cosa que me pase por la cabeza.

    Palabras, palabras y más palabras. Quizá demasiadas, quizá no suficientes. Pero si sabes ordenarlas, sabrás qué es lo que sientes.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Un vagón de tren y miles de historias

    Me siento en un vagón de tren, y entonces me doy cuenta de que a mi alrededor no solo hay personas sentadas en incómodos asientos, sino que estoy rodeada de decenas de destinos diferentes, cientos de pensamientos... estoy rodeada de historias.

   Me pongo a observar a mi alrededor y es curioso como las personas más jóvenes aprovechan el viaje en metro para entretenerse de alguna manera, no están quietas, aprovechan cada minuto del viaje para algo: unas leen, otras estudian, otras chatean, otras escuchan música... Sin embargo, aquellas personas que ya tienen el cabello plateado o incluso color nieve, van tranquilas, mirando por la ventana, sus tareas ya no van tan apresuradas, ya no tienen prisa, sus pasos son tranquilos, sus vidas ya no son una carrera, sino que se han convertido en un agradable paseo.

   Un chico joven sentado en frente de mí escucha música con sus auriculares proveniente de algún aparato que no veo, pues está en su bolsillo. Él la escucha, pero es como si yo la escuchara también, yo y el resto del vagón pues va haciendo el ritmo de sus canciones con los nudillos sobre el asiento. Él siente la música que escucha de verdad, es posible que toque la guitarra, ahora está tocando una imaginaria, con los ojos cerrados rasga las cuerdas en el aire. Quizá en su cabeza esté en medio de un gran concierto, cuando abra los ojos volverá a la realidad, de momento, él disfruta, mejor permanecer en su propia realidad. Diría que está escuchando rock o heavy metal, pero las apariencias engañan y a lo mejor está escuchando algo de música clásica o flamenco incluso.

   A su lado va otra chica, más tranquila, de origen marroquí, pues un velo le cubre la cabeza, bien maquillada y sonriente mira por la ventana, pero de repente el paisaje exterior se vuelve oscuridad, ya no se ve nada pero ella no aparta la vista de la ventana, esta oscuridad no puede durar siempre, y tiene razón, porque poco después llegamos a una estación, la luz ya no es la del sol sino que es artificial, pero le deja ver el nombre de la estación, entonces reacciona y por primera vez aparta la vista de la ventana, me pide paso y sale. Una historia sale del vagón de tren y otras tantas entran, otra historia que se cruza en mi vida, quizá deje huella o quizá no, o quizá la deje y no me dé cuenta hasta que sea necesario, o quizá nunca me dé cuenta y esa historia se me olvide al dejar de mirarla.

   Un cambio de tren, todas las historias cambian conmigo, pero hay tantas juntas que nos mezclamos y perdemos a lo largo del andén. Cuando entro al nuevo vagón y me siento, para mi sorpresa, el chico del concierto vuelve a estar a mi lado, vuelve a cerrar los ojos y siente su música, solo espero que no se pase la estación donde debería bajarse. 

   Poco después le pierdo, pues llego a mi destino, me bajo del tren, me despido de todas esas historias con una sonrisa y me siento en un banco del andén. Todos se extrañan de que no me vaya, se extrañan más cuando ven que dejo pasar un tren, y otro, y otro más. Yo los observo y escribo, y le busco con la mirada. Tan solo estoy esperando esa historia que corresponde con la mía, la historia me complementa. 

   Simplemente espero esta historia: la que acaba de llegar y me ha saludado con un dulce beso en los labios.

martes, 3 de septiembre de 2013

Si somos el futuro, ¿por qué nos dan por culo?

   Toda mi vida he querido ser maestra, me apasionaba desde pequeña la sensación de ser yo quien iba a enseñar a los niños algo tan simple y necesario como leer o escribir, ser yo la que iba a estar en los años formativos de su vida, los años más importantes, donde nos conformamos como personas, aprendemos lo que está bien y lo que está mal, aprendemos a hacer amigos y a afrontar nuestros primeros problemas en la vida, aunque sean tan simples como no tener lápices de colores o no poder sentarte con tu mejor amigo. Siempre he pensado que la profesión que elegía era importante para todos, y no digo que haya profesiones prescindibles, pero sí que un buen maestro es imprescindible en la vida de todo humano.

    Pues bien, entonces, ¿por qué es menospreciada de esta manera? Me empecé a dar cuenta cuando se lo decía a mis profesores y me lo desaconsejaban, me decían frases como: "no sabes dónde te metes", "ppfff, no te lo recomiendo" o "con las notas que tienes, no hagas eso por favor". Yo me preguntaba que por qué ellos eran profesores si no disfrutaban con su trabajo, por qué habían decidido ser educadores si les parecía lo peor. Decidí que quería ser maestra por encima de todo cuando llegué a quinto de primaria, tuve una profesora maravillosa que me hizo ver que había esperanza, que si se hacía bien, si conseguía ser una buena maestra conseguiría buenos alumnos, buenas personas al fin y al cabo. Gracias a aquella profesora, Marisa, hoy voy a empezar Magisterio en Educación Primaria.

    Y me entristece que mis propios amigos menosprecien lo que voy a estudiar, los mismos que luchan hoy en día por una educación pública de calidad, los mismos que salen a la calle a defender su educación y a sus profesores después se ríen y hacen bromas del tipo: "y ahí qué te enseñan, ¿a moldear plastilina?". Esos que envidian la educación en los países nórdicos, donde los profesores son respetados por encima de todo y necesitan las notas más altas en las pruebas de acceso, aquí menosprecian a los suyos, y se ríen de los que entramos a esa carrera con una de las notas más bajas, se ríen de los que intentamos llegar a eso algún día, llegar al día en que la educación sea lo primero y no la política o el dinero lo muevan todo, se ríen de los que creemos que todavía podemos cambiar las cosas.

    Y yo les pregunto: ¿De verdad creéis que el cambio educativo es posible menospreciando a los jóvenes que intentamos llegar a él? ¿No deberíamos tener todos el pensamiento de apoyar a los nuevos profesores? ¿Apoyar a las nuevas generaciones? Al fin y al cabo somos los únicos que podemos hacer de este mundo otro mundo posible. Y sé que lo sabéis porque erais vosotros los que cantabais en las manifestaciones por la educación, gritos como: "Si somos el futuro, ¿por qué nos dan por culo?"

viernes, 15 de marzo de 2013

Clase de filosofía



¿Hasta qué punto puede interesar una clase de Filosofía un viernes a última hora a un cúmulo de hormonas revolucionadas en cuerpos de jóvenes de 18 años? Probablemente Marx fuera un hombre muy inteligente y digno de ser estudiado pero ahora mismo no ocupa mucho lugar en nuestros pensamientos. ¿Entonces en qué estamos pensando todos estos adolescentes? Pensamos en todo menos en Marx. Es viernes, pensamos que “por fin” es viernes. Nuestros pensamientos se llenan de planes para la tarde, de planes con los amigos, también de planes para el fin de semana, no pensamos en Marx.

Algunos se limitan a mirar por la ventana porque la libertad del aire libre no la pueden respirar en un aula cerrada iluminada con unos tristes fluorescentes. Miran por la ventana y ven el sol y las primeras flores de primavera, casi pueden olerlas. Ven que hace buen día y que podrán disfrutar de un viernes en la calle. Luego vuelven, ven la pizarra, el profesor explicando, miran el reloj y devuelven su mirada a la ventana. En ese momento cualquier cosa de fuera es más interesante que una clase de Filosofía un viernes a última hora.

Luego están los que hacen lo prohibido, los que tienen que esconderse porque saben que no deben hacerlo, porque saben que si los regañan no podrán defenderse porque no llevarán razón. El móvil ocupa toda su atención. Teclean, suben, bajan, bloquean, desbloquean, mandan mensajes… nadie sabe exactamente qué hacen pero los demás los vemos, y algunos nos compadecemos de nuestro simpático profesor al que no estamos prestando atención mientras explica Marx. Siguen tecleando, en este momento, cualquier cosa en la pantalla de un teléfono móvil es más interesante que una clase de Filosofía un viernes a última hora.

Pero hay alguien que presta atención, os implemente lo aparenta. Cogen algunos apuntes de vez en cuando y asienten al profesor cuando este posa su mirada en ellos, pero desgraciadamente estos no son la mayoría. Además sus pensamientos están en realidad bastante lejos de Marx. En este momento, cualquier cosa que pase por su mente es más interesante que una clase de Filosofía un viernes a última hora.

Diferentes pasatiempos compaginados en el mejor de los casos con una mínima atención al profesor.

¿Y yo? La verdad es que es como si no estuviera en clase ahora mismo, mi cuerpo está pero mi mente está sumida en las acciones y pensamientos de los demás. Marx me ha interesado los últimos días y el profe que me lo explica me ha hecho prestar atención… pero hoy es diferente, no es su culpa, soy yo, que hoy no me siento tan filósofa, hoy me siento más escritora. Estoy también en el grupo de los que apuntan algo de vez en cuando aunque no tanto en el de los que asienten. No le miro para aparentar que atiendo, sabe que no lo hago, no le intento hacer creer lo contrario, solo le observo con el mismo objetivo con el que observo a mis compañeros. ¿Qué piensa él? Creo que es la mente más complicada de esta clase, es humano y estará pensando también en que es viernes y en irse a casa, pero a la vez está intentando con toda sus fuerzas que prestemos atención y que comprendamos a Marx.

Mientras todo esto ocurre yo escribo lo que veo, lo que oigo y lo que imagino que ven y oyen los demás, intento meterme en sus pensamientos y los plasmo en un papel. Yo simplemente me he puesto a escribir, ¿por qué? Porque escribir siempre es más interesante que una clase de Filosofía un viernes a última hora.

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