Sólo con el roce
de sus labios escaparon todas mis dudas. Habíamos quedado en ir a su casa,
estaba bastante nerviosa, nunca había hecho nada como aquello. Cenamos hablando
y riendo y nos sentamos luego en el salón a continuar la velada. Cada vez
estábamos más cerca, y sus ojos me miraban deseosos. Cuando por fin se decidió
a besarme, todas mis dudas, complejos o preocupaciones desaparecieron. Ni
siquiera existían los estereotipos. Mi mente no sabía cómo funcionaba aquello,
y mi cuerpo intentaba seguir el instinto. Sin embargo, su mente y cuerpo eran
uno, me guiaban con ternura y pasión al mismo tiempo. Yo ardía en deseo, un
deseo que no había experimentado nunca antes, algo distinto, por fin me
encontraba a mí misma. Yo respondía a todo lo que su cuerpo preguntaba, al
igual que el suyo respondía a la torpeza del mío. Me hizo recostarme en el
sofá, poniéndose encima de mí, haciendo que mi temperatura corporal subiera
desmesuradamente, qué importaba entonces que fuera invierno, en esa habitación
el frío no cabía entre las llamas que irradiaban nuestros cuerpos. Me quitó la
camiseta, dejándome en sujetador, acariciándome todo el abdomen con una
delicadeza asombrosa. Yo acariciaba su cuerpo también, su piel suave, por
debajo de su jersey, pero sin atreverme a quitárselo. Sus labios pronto se
separaron de los míos, fueron bajando, pasando su lengua por mi cuello, dando
besos en cada lunar por el que pasaba hasta llegar a mis pechos, desabrochó el
sujetador con una habilidad increíble y agarró mis senos como nunca nadie había
hecho antes. Los nervios desaparecieron, en mí ya solo había hueco para el
deseo. Quité su jersey con decisión, le desabroché el sujetador y toqué por
primera vez, el pecho otra mujer.
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