Me siento en un vagón de tren, y entonces me doy cuenta de que a mi alrededor no solo hay personas sentadas en incómodos asientos, sino que estoy rodeada de decenas de destinos diferentes, cientos de pensamientos... estoy rodeada de historias.
Me pongo a observar a mi alrededor y es curioso como las personas más jóvenes aprovechan el viaje en metro para entretenerse de alguna manera, no están quietas, aprovechan cada minuto del viaje para algo: unas leen, otras estudian, otras chatean, otras escuchan música... Sin embargo, aquellas personas que ya tienen el cabello plateado o incluso color nieve, van tranquilas, mirando por la ventana, sus tareas ya no van tan apresuradas, ya no tienen prisa, sus pasos son tranquilos, sus vidas ya no son una carrera, sino que se han convertido en un agradable paseo.
Un chico joven sentado en frente de mí escucha música con sus auriculares proveniente de algún aparato que no veo, pues está en su bolsillo. Él la escucha, pero es como si yo la escuchara también, yo y el resto del vagón pues va haciendo el ritmo de sus canciones con los nudillos sobre el asiento. Él siente la música que escucha de verdad, es posible que toque la guitarra, ahora está tocando una imaginaria, con los ojos cerrados rasga las cuerdas en el aire. Quizá en su cabeza esté en medio de un gran concierto, cuando abra los ojos volverá a la realidad, de momento, él disfruta, mejor permanecer en su propia realidad. Diría que está escuchando rock o heavy metal, pero las apariencias engañan y a lo mejor está escuchando algo de música clásica o flamenco incluso.
A su lado va otra chica, más tranquila, de origen marroquí, pues un velo le cubre la cabeza, bien maquillada y sonriente mira por la ventana, pero de repente el paisaje exterior se vuelve oscuridad, ya no se ve nada pero ella no aparta la vista de la ventana, esta oscuridad no puede durar siempre, y tiene razón, porque poco después llegamos a una estación, la luz ya no es la del sol sino que es artificial, pero le deja ver el nombre de la estación, entonces reacciona y por primera vez aparta la vista de la ventana, me pide paso y sale. Una historia sale del vagón de tren y otras tantas entran, otra historia que se cruza en mi vida, quizá deje huella o quizá no, o quizá la deje y no me dé cuenta hasta que sea necesario, o quizá nunca me dé cuenta y esa historia se me olvide al dejar de mirarla.
Un cambio de tren, todas las historias cambian conmigo, pero hay tantas juntas que nos mezclamos y perdemos a lo largo del andén. Cuando entro al nuevo vagón y me siento, para mi sorpresa, el chico del concierto vuelve a estar a mi lado, vuelve a cerrar los ojos y siente su música, solo espero que no se pase la estación donde debería bajarse.
Poco después le pierdo, pues llego a mi destino, me bajo del tren, me despido de todas esas historias con una sonrisa y me siento en un banco del andén. Todos se extrañan de que no me vaya, se extrañan más cuando ven que dejo pasar un tren, y otro, y otro más. Yo los observo y escribo, y le busco con la mirada. Tan solo estoy esperando esa historia que corresponde con la mía, la historia me complementa.
Simplemente espero esta historia: la que acaba de llegar y me ha saludado con un dulce beso en los labios.
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