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Laxey wheel (Isle of Man) |
Cuatro de la madrugada. Me
despierto en una cómoda cama en Rivas Vaciamadrid, mi cama. “Esta noche dormiré
en otra”, pienso. Mis párpados pesan y mis ojos se niegan a abrirse, “son las
cuatro”, deben pensar, “aún faltan más de tres horas de sueños para ponernos en
marcha frente a una pizarra”. Pero hoy es diferente, no vamos a hacer lo mismo
de siempre, hoy es especial, porque hoy 20 de febrero, ya son las cuatro y
media y nos montamos en el coche, hoy el sueño se va a hacer realidad.
Aeropuerto de Madrid-Barajas, no
hay mucho movimiento y todo está cerrado, es pronto, pero mi estómago pide
algo, “espera, todavía no podemos comer”. Hay que buscar dónde debemos
facturar, dónde dejar nuestras maletas… “¿Las pesarán? ¿Notarán ese kilo de
más?” la maleta azul y nosotros esperamos que no. Ya está, aquí es, esa es
nuestra compañía. Allá vamos. “Vamos a tener que sacar algo, pesa demasiado,
nos van a llamar la atención”, piensa mamá. “Espero que no lo noten, nunca
dicen nada, es solo un kilo”, piensa papá. ¿Y yo? ¿Qué pienso yo? No pienso
nada de la maleta, no dirán nada, solo sé que tengo hambre y sé que lo único
que quiero es llegar, sí, llegar cuanto antes, dejar de ser hija única, eso
pienso desde que se fue. Ya está. Prueba superada, es solo medio kilo más, no
nos dicen nada, una etiqueta, un botón y perdemos las maletas de vista. “Espero
que lleguen con nosotros”, pensamos ahora todos. Bien, siguiente paso: puerta
de embarque. Bueno. Para eso pasamos la aduana primero: zapatos fuera, relojes
en la bandeja, abrigo quitado… oh no, la espalda de mamá, pitido, luz roja y
mamá ya sabe qué pasa. Mamá, papá y yo sabemos que pasa pero la policía no:
brazos en cruz y cacheo. No encuentran nada sospechoso, claro, mamá no lleva
nada sospechoso. Pero parece que yo sí. “Abra la maleta por favor”, no estoy
nerviosa, es raro, siempre me pongo nerviosa como si fuera culpable de algo.
¿Tijeras? ¿Por qué no se me ocurrió sacarlas? Sin peligro, están en un estuche
de clase de una estudiante y tienen la punta redonda, no voy a secuestrar el
avión con ellas. “Bien gracias”. Ya son las 6.30, estamos tranquilos en la
puerta por la que entraremos a nuestro avión. Enseñamos el DNI y el billete
otra vez, pasamos por un largo pasillo y estamos dentro. Fila 6, asientos A, B
y C. nos sentamos, mamá me deja la ventanilla, sabe lo mucho que me gusta
volar, sabe que soñaría con volar. Tres asientos, no cuatro. Vaya, desde que se
fue asumo que somos tres, sin embargo, lo más insignificante me hace añorar ese
simple número par. “No falta mucho para volver a ser un dúo”, piensa papá.
“Volveremos a ser el cuarteto”, piensa mamá.
Abróchense los cinturones,
prohibido fumar, las salidas están… bla bla bla. Debería escucharlo y
traducirlo, pero ya habrá tiempo para tener que traducir lo que me dicen, ahora
lo dirá en español. Miro por la ventanilla, todavía es de noche y ha llovido,
todo está mojado. Siete y media y el avión comienza a dirigirse a la pista,
increíble, qué puntualidad. Nos vamos, acelera, acelera más y más y cuando nos
queremos dar cuenta estamos en el aire. No siento suelo bajo mis pies, esto que
piso no tiene base, estoy a 500 metros de tierra firme y subiendo, los coches
se van alejando, ahora el laberinto de carreteras parece un hormiguero. ¿Qué
pensarán todas esas personas ahora? No se imaginan a dónde voy o por qué. O
quizá sí, yo lo hago cuando veo aviones. Pienso e imagino dónde se dirigen y
qué personas van en él… sí, hay alguien ahí abajo que piensa en mí sin saber
quién soy. De repente no veo nada, las gotas de la ventanilla han desaparecido,
pero no es eso lo que me impide ver, todo está completamente blanco… Ah, las
nubes. Sí, estamos atravesándolas como si no existieran, como si no fueran un
obstáculo para nosotros, se apartan a nuestro paso saludando y quedando atrás.
Entonces lo recuerdo, y me es imposible no buscarlo. “Mami, ¿está el abuelo por
aquí? ¿Está viéndonos detrás de alguna nube? La abuela dijo que estaba en el
cielo, y ahora nosotros también lo estamos”. Mamá sonreía, yo seguía buscando,
parece que fue ayer pero hace ya más de 10 años de esa pregunta, y ahora sé la
respuesta: sé que está, sé que está siempre y que no se dejará ver. Hemos
dejado ya las nubes abajo, aquí ya no es de noche. “¿Planeta azul? Será visto
desde el espacio, ante mis ojos hay una infinita capa esponjosamente blanca,
parece imposible atravesarla, pero lo hemos hecho”. Son las ocho, ya ha tenido
que salir el sol pero, ¿dónde está? Aquí arriba no está nublado… ah, ya lo
entiendo, estamos en el ala oeste, efectivamente a mi derecha los pasajeros han
bajado las persianillas por que les deslumbra, pero hay alguien que la lleva
subida y me permite ver los rayos de sol. Yo puedo verlo pero miles de persona
bajo mis pues contemplan otro día nublado de febrero. Mis ojos siguen sin
querer abrirse y mi estómago sigue rugiendo, pero no tardo en solucionarlo.
Mamá me compra un aperitivo y yo me acoplo en la ventana, automáticamente, mis
ojos se cierran.
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Douglas (Isle of Man) |
Al abrirlos de nuevo las vistas
no han cambiado demasiado: a mi derecha sigue mamá y a la izquierda compruebo
que sigo volando sobre el esponjoso lecho blanco, solo hay algo distinto:
cientos de copitos helados se han acomodado en el cristal de mi ventanilla
volviéndola blanca. Instintivamente me entra frío y me arropo con el abrigo. El
simpático azafato pide cinturones abrochados y nos informa que ya sobrevolamos
el destino, Londres. “Es tan solo una escala para nosotros, nuestro destino nos
espera más lejos”. Estamos descendiendo, lo noto en mis oídos, y la esponjosa
capa de nubes blancas que antes estaba bajo mis pies, ahora tiene un color gris
algo triste. Atravesamos la nueva capa grisácea que ya tenemos por todos lados,
también sobre nosotros, está lloviendo. Aún así no paramos de atravesar nubes,
hay nubes y luego vienen más nubes y más… cuando estas se acaban ya estamos a
pocos metros sobre el suelo, segundos después tocamos tierra, tierra
firme. “Nadie aplaude”, pienso, “es una
pena, sé que antes cuando un vuelo salía bien, al aterrizar todos los pasajeros
aplaudían entusiasmados, incluso alguna vez saludaba el capitán… antes. Tuve
oportunidad de vivir alguno, pero soy joven”. Es realmente gratificante sentir
cómo un gran número de personas totalmente desconocidas sonríen y celebran lo
mismo todos juntos, pero el sentimiento de grupo hoy en día se debilita más a
cada minuto que pasa.
“Bye, thank you very much”.
Cambio de chip, a partir de ahora mi mente tiene más trabajo, ha llegado el
momento de traducir todo lo que lees y escuchas. Salir del avión, escaleras
mecánicas arriba, rampa mecánica por un pasillo muy largo, otra rampa, andar,
girar a la derecha, izquierda, otra vez derecha, rampa y escaleras mecánicas
abajo, derecha y control de pasaportes. “Reclaim your bagage”, eso es, eso
busco, ¿dónde?, perdón, where?, turn right. Bien, derecha y otra rampa. Ahí
están, han llegado con nosotros. Una vez con las maletas no solo mi estómago
ruge. “Tenemos que desayunar algo”, los tres lo estamos deseando. Recordamos
nuestro anterior viaje yendo a la misma cadena de cafeterías, en esa en la que
papá puede bañarse en su taza de café. Algo salado para mí acompañado de un
zumo y café y bollos para papá y mamá. Mmmm… qué bien sienta llenar el
estómago. Bueno, prueba superada. Son las 10 de la mañana y nuestro próximo
vuelo sale a las 15.45. esperemos sentados.
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Castillo de Peel (Isle of Man) |
El aeropuerto tiene cosas que
hacer y las horas pasan. Llega la hora del segundo vuelo. Aduanas, facturar
maletas, DNI y puerta de embarque, todo sin problemas. Puerta numero 1, allá
vamos. Más esperar sentados pero en un momento vemos nuestro avión a través de los
cristales, bueno vemos que es una avioneta. Las hélices nos hacen sentir como
en una película antigua. Un vuelo tranquilo sintiendo de nuevo la nada bajo los
pies. Hace sol, atardece pero de nuevo bajo las nubes el día es frío y nublado,
sin embargo aquí arriba puedo disfrutar de una preciosa puesta de sol.
Descendemos, mis oídos me avisan otra vez, el precioso algodón blanco con
hermosos reflejos soleados es ahora la misma masa gris ya antes conocida que
amenaza con mojarnos, pero no lo hará.
Isla de Man. Nuestro verdadero
destino. Bajar del avión y atravesar los largos pasillos es todo uno, también
cogemos las maletas expectantes por salir a verlos. Y ahí están ellos, parecen
verdaderos maneses pero en realidad su corazón no ha cambiado, solo han tenido que
hacerse mayores por fuera. Hace meses abandonaron su hogar para inaugurar un
nuevo “home sweet home”. Pronto también lo conoceremos nosotros. Abrazos,
sonrisas y muchas palabras. “ya no soy hija única, sino que ahora, además de mi hermano, tengo otra
hermana”. Todos estamos contentos, pensamos en los próximos 6 días juntos para
después más meses abrazando solo su imagen en la pantalla.