viernes, 30 de mayo de 2014

Escuela fábrica. Frato

    Llegué contento y feliz a mi primer día de clase. Aquel colegio parecía el mejor sitio al que podía ir mientras mis padres trabajaban y el mejor lugar donde formarme y ser algún día un gran profesor. Además, allí había más niños y niñas, todos sonriendo como yo, y todos con tantas ganas de jugar y aprender como yo. Éramos todos tan iguales y tan diferentes a la vez. Aquel lugar prometía ser como un segundo hogar.

    Al principio todo iba bien, jugábamos y aprendíamos aunque estábamos siendo evaluados continuamente. Todo el rato diciéndonos qué hacer o dónde ir. Éramos niños pequeños pero eso no significaba que no supiéramos elegir. Eso es, el problema es que nadie nos daba nunca a elegir, las cosas venían dadas y no podíamos discutirlas. Algunos de mis compañeros eran excluidos. Los profesores se los llevaban a clases diferenciadas o los diagnosticaban de retraso o necesidades especiales, como a mi amigo Eduardo. Yo no le notaba nada diferente. Le ayudaba alguna vez que le costaba más pero nunca pensé que necesitara estar aislado del mundo. Los profesores nos hacían creer que era por su bien, que aprenderían de otra manera más adecuada para ellos. Hoy sé que mentían, pues he vuelto a ver a Eduardo y otros compañeros como él, y en las clases donde estaban les trataban como si no supieran aprender, como si tuvieran que darles todo "masticadito" y así no tener que hacer esfuerzos. Pero ellos querían esforzarse, querían estar en las clases con el resto de nosotros, y no ser tratados como los residuos de la escuela.Yo me mantenía en el colegio. Y a pesar de los intentos del sistema educativo por evitarlo, cada vez iba siendo más consciente de lo que ocurría. Estábamos siendo fabricados, no educados. Era como crearnos de nuevo. Todos aquellos niños y niñas que vi felices y diferentes el primer día, eran ahora copias frustradas unos de otros. Destruían todo lo que teníamos en nuestro interior que pudiera impedir la fabricación para así inyectarnos los conocimientos establecidos y empezar de cero. Todos aquellos que se desviaban un poco de la trayectoria elegida, eran apartados como Eduardo. Letras, números, fechas y mapas que nos metían en nuestros cerebros y que luego vomitábamos en un examen.

Mis padres no entendían qué me pasaba, y es que estaba realmente confundido. Yo quería confiar en mis profesores, quería de verdad ser como ellos en mi futuro. Pero luego pensaba, y es que realmente no quería hacer con unos niños lo que ellos estaban haciendo conmigo y con mis compañeros. No quería una clase de borreguitos acatando órdenes y con los mismos pensamientos. Prefería que se me abalanzasen encima cargados de "por qués" antes que verles sentados obedeciendo sin rechistar. Y al verme tan confundido mis padres quisieron involucrarse en la escuela, querían ser parte de ella y ayudarme a pasar por lo que estaba pasando. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando prácticamente les cerraron las puertas del colegio. ¿En qué cabeza cabe eso? ¿Cómo puedes negar la entrada a unos padres que quieren participar en la educación de su hijo? Al fin y al cabo, ellos forman una parte más que importante en mi educación y aquellos que decían estar educándome les negaban la entrada. Entonces entendieron todo, entendieron en qué se había convertido el sistema educativo y me ayudaron a mantenerme firme y fuerte, a hacerle frente a todo aquello que intentaran imponerme, a ser fiel a mis ideas y a mis principios.

    En el último curso todos los alumnos estábamos ya fabricados listos para salir a la calle, para salir al mundo y poner rumbo al bienestar y a una gran carrera. Posiblemente sí estábamos preparados para afrontar la vida, pero ¿qué clase de vida? ¿Qué haríamos cuando alguien nos diera la oportunidad de elegir si no lo habíamos hecho nunca? ¿Qué pasaría si nuestro hijo fuera como Eduardo? ¿Tendríamos entonces que apartarle de nosotros y del resto del mundo? ¿Cómo íbamos a enamorarnos si todos fueran exactamente iguales que nosotros? ¿De qué hablaríamos con nuestros amigos si todos pensáramos igual? ¿Acaso se acabarían las guerras si todos aspiráramos a lo mismo? ¿Qué pasaría con la riqueza del multiculturalismo y de la diversidad?Esta será la educación que mis hijos reciban si no hago nada por evitarlo. Desgraciadamente serán educados en una "escuela fábrica" como la que plantea Frato en esta ilustración y como la que yo experimenté. Y a pesar de todo, creo que puedo decir que yo sobreviví al sistema educativo.


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