martes, 19 de noviembre de 2013

Dos minutos

Dos minutos, dos minutos tienes de libertad entre una asignatura y otra. Dos minutos antes de irte a dar clase, a recibirla o a ambas. Dos minutos para pensar en nada mientras se pone el semáforo en verde. Dos minutos relajándote para volver a la batalla. Dosminutos que aprovechas para escribir cuatro palabras sueltas. Dos minutos y.. el tiempo se ha acabado.

Somos jóvenes, podemos conseguir esto y más, si otros han podido nosotros también, yo también. 

Es ahora o nunca.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Palabras

   Hace mucho que no escribes. ¿Por qué? ¿Es falta de inspiración? ¿Es falta de tiempo? No lo sé, quizá un poco de todo, pero cuando las palabras quieren salir no hay manera de detenerlas, ni el tiempo ni la falta de inspiración, llegan y dicen aquí estamos, queremos plasmarnos en este papel, en esta pantalla, queremos salir de aquí y formar todas una historia, un pensamiento. No hay manera de hacer que las palabras no salgan, al igual que las ideas, puedes mantenerlas un tiempo quizá, pero no siempre, porque llegará un día en un momento determinado, quizá cuando menos te lo esperes, que salgan de tu boca, o a través de tus manos y ya no podrás parar, porque han estado encerradas demasiado tiempo.

    Tienes talento para escribir, yo no soy capaz de expresarme tan bien. ¿Talento? ¿Yo? Pensé que eso no iba conmigo, pensé que no había algo que de verdad podía hacer bien, y, a decir verdad, creo que escribir tampoco, creo que simplemente mis palabras tienen más fuerza fuera que dentro, tienen más poder cuando las veo escritas que cuando están dando vueltas por mi desorganizada mente, puede que piense demasiadas palabras y por eso necesite ordenarlas en un papel, por escrito. Puede que por eso necesite escribir cada cosa que debo hacer, para no olvidarlo, puede que por eso lleve siempre algo donde poder escribir cualquier cosa que me pase por la cabeza.

    Palabras, palabras y más palabras. Quizá demasiadas, quizá no suficientes. Pero si sabes ordenarlas, sabrás qué es lo que sientes.

sábado, 26 de octubre de 2013

Ni puedo ni quiero.

Claro que lo he pensado, quién en su sano juicio no formula cientos de hipótesis en su cabeza. Pues sí, lo he pensado cientos de veces, y no por eso te quiero menos, de hecho creo que cada vez que lo imagino te quiero un poco más. Creo que cada vez que me imagino sin ti el mundo se me cae encima, ya nada tiene sentido y veo la vida en blanco y negro. Pero luego, afortunadamente, descubro que todavía te tengo a mi lado, y entonces la vida vuelve a ser color de rosa, nada de lágrimas amargas sino sonrisas de plena felicidad.

Claro que lo he pensado muchas veces, cómo sería mi vida sin ti, qué pasaría el día que me dejaras, o qué pasaría si fuera yo quien acabara esta maravillosa relación. No quiere decir que de verdad esté pensando en dejarte, solo quiero imaginar cómo sería mi vida, y después de pensarlo me doy cuenta que no podría dejarte, porque no puedo vivir sin ti. No concibo un mundo en el que tú no estés junto a mí, no soportaría verte y saber que no eres mío, que no tengo nada que ver contigo, y que lo único que compartimos son recuerdos. No soportaría salir de tu vida ni que tú salgas jamás de la mía.

No puedo vivir sin ti, ni puedo ni quiero.


TE AMO

jueves, 19 de septiembre de 2013

Un vagón de tren y miles de historias

    Me siento en un vagón de tren, y entonces me doy cuenta de que a mi alrededor no solo hay personas sentadas en incómodos asientos, sino que estoy rodeada de decenas de destinos diferentes, cientos de pensamientos... estoy rodeada de historias.

   Me pongo a observar a mi alrededor y es curioso como las personas más jóvenes aprovechan el viaje en metro para entretenerse de alguna manera, no están quietas, aprovechan cada minuto del viaje para algo: unas leen, otras estudian, otras chatean, otras escuchan música... Sin embargo, aquellas personas que ya tienen el cabello plateado o incluso color nieve, van tranquilas, mirando por la ventana, sus tareas ya no van tan apresuradas, ya no tienen prisa, sus pasos son tranquilos, sus vidas ya no son una carrera, sino que se han convertido en un agradable paseo.

   Un chico joven sentado en frente de mí escucha música con sus auriculares proveniente de algún aparato que no veo, pues está en su bolsillo. Él la escucha, pero es como si yo la escuchara también, yo y el resto del vagón pues va haciendo el ritmo de sus canciones con los nudillos sobre el asiento. Él siente la música que escucha de verdad, es posible que toque la guitarra, ahora está tocando una imaginaria, con los ojos cerrados rasga las cuerdas en el aire. Quizá en su cabeza esté en medio de un gran concierto, cuando abra los ojos volverá a la realidad, de momento, él disfruta, mejor permanecer en su propia realidad. Diría que está escuchando rock o heavy metal, pero las apariencias engañan y a lo mejor está escuchando algo de música clásica o flamenco incluso.

   A su lado va otra chica, más tranquila, de origen marroquí, pues un velo le cubre la cabeza, bien maquillada y sonriente mira por la ventana, pero de repente el paisaje exterior se vuelve oscuridad, ya no se ve nada pero ella no aparta la vista de la ventana, esta oscuridad no puede durar siempre, y tiene razón, porque poco después llegamos a una estación, la luz ya no es la del sol sino que es artificial, pero le deja ver el nombre de la estación, entonces reacciona y por primera vez aparta la vista de la ventana, me pide paso y sale. Una historia sale del vagón de tren y otras tantas entran, otra historia que se cruza en mi vida, quizá deje huella o quizá no, o quizá la deje y no me dé cuenta hasta que sea necesario, o quizá nunca me dé cuenta y esa historia se me olvide al dejar de mirarla.

   Un cambio de tren, todas las historias cambian conmigo, pero hay tantas juntas que nos mezclamos y perdemos a lo largo del andén. Cuando entro al nuevo vagón y me siento, para mi sorpresa, el chico del concierto vuelve a estar a mi lado, vuelve a cerrar los ojos y siente su música, solo espero que no se pase la estación donde debería bajarse. 

   Poco después le pierdo, pues llego a mi destino, me bajo del tren, me despido de todas esas historias con una sonrisa y me siento en un banco del andén. Todos se extrañan de que no me vaya, se extrañan más cuando ven que dejo pasar un tren, y otro, y otro más. Yo los observo y escribo, y le busco con la mirada. Tan solo estoy esperando esa historia que corresponde con la mía, la historia me complementa. 

   Simplemente espero esta historia: la que acaba de llegar y me ha saludado con un dulce beso en los labios.

martes, 3 de septiembre de 2013

Si somos el futuro, ¿por qué nos dan por culo?

   Toda mi vida he querido ser maestra, me apasionaba desde pequeña la sensación de ser yo quien iba a enseñar a los niños algo tan simple y necesario como leer o escribir, ser yo la que iba a estar en los años formativos de su vida, los años más importantes, donde nos conformamos como personas, aprendemos lo que está bien y lo que está mal, aprendemos a hacer amigos y a afrontar nuestros primeros problemas en la vida, aunque sean tan simples como no tener lápices de colores o no poder sentarte con tu mejor amigo. Siempre he pensado que la profesión que elegía era importante para todos, y no digo que haya profesiones prescindibles, pero sí que un buen maestro es imprescindible en la vida de todo humano.

    Pues bien, entonces, ¿por qué es menospreciada de esta manera? Me empecé a dar cuenta cuando se lo decía a mis profesores y me lo desaconsejaban, me decían frases como: "no sabes dónde te metes", "ppfff, no te lo recomiendo" o "con las notas que tienes, no hagas eso por favor". Yo me preguntaba que por qué ellos eran profesores si no disfrutaban con su trabajo, por qué habían decidido ser educadores si les parecía lo peor. Decidí que quería ser maestra por encima de todo cuando llegué a quinto de primaria, tuve una profesora maravillosa que me hizo ver que había esperanza, que si se hacía bien, si conseguía ser una buena maestra conseguiría buenos alumnos, buenas personas al fin y al cabo. Gracias a aquella profesora, Marisa, hoy voy a empezar Magisterio en Educación Primaria.

    Y me entristece que mis propios amigos menosprecien lo que voy a estudiar, los mismos que luchan hoy en día por una educación pública de calidad, los mismos que salen a la calle a defender su educación y a sus profesores después se ríen y hacen bromas del tipo: "y ahí qué te enseñan, ¿a moldear plastilina?". Esos que envidian la educación en los países nórdicos, donde los profesores son respetados por encima de todo y necesitan las notas más altas en las pruebas de acceso, aquí menosprecian a los suyos, y se ríen de los que entramos a esa carrera con una de las notas más bajas, se ríen de los que intentamos llegar a eso algún día, llegar al día en que la educación sea lo primero y no la política o el dinero lo muevan todo, se ríen de los que creemos que todavía podemos cambiar las cosas.

    Y yo les pregunto: ¿De verdad creéis que el cambio educativo es posible menospreciando a los jóvenes que intentamos llegar a él? ¿No deberíamos tener todos el pensamiento de apoyar a los nuevos profesores? ¿Apoyar a las nuevas generaciones? Al fin y al cabo somos los únicos que podemos hacer de este mundo otro mundo posible. Y sé que lo sabéis porque erais vosotros los que cantabais en las manifestaciones por la educación, gritos como: "Si somos el futuro, ¿por qué nos dan por culo?"

miércoles, 10 de julio de 2013

Olas perdidas

    ¿Os habéis preguntado alguna vez cuántas olas habrán llegado a la orilla del mar desde que el mundo es mundo? ¿Cuál fue la primera ola? ¿Habrá una última ola? Y si la hay, ¿cómo será? ¿Será acaso especial? ¿Sabremos que es la última? Quizá cada ola que vemos podría ser la última... entonces, ¿por qué nos lo tomamos como si siempre fuera a haber otra ola después? ¿Por qué no aprovechamos cada ola como si fuera la última? ¿Por qué nos limitamos a esperar que llegue otra mejor? ¿Y si no llega?

  Decenas de personas llegan a nuestra vida, cientos de oportunidades, miles de segundos cada día y millones de minutos a lo largo de nuestra vida... todo ello, al igual que las olas, es menospreciado. Esperamos lo siguiente, preferimos coger el siguiente tren, pero ¿qué pasa si no llega otro tren? ¿Qué haremos? No podemos dejar de aprovechar cada oportunidad y cada minuto de nuestra vida como si fuera el último, porque quizá lo sea.


   Por ello, báñate con cada ola que llegue a tu playa y sobre todo, no menosprecies nada de lo que tengas, porque quizás nunca vuelvas a ver la espuma de una ola chocando en tu orilla.