Pienso en mi futuro como profesora y no sé decir qué
quiero de él, pero estoy bastante segura de lo que no quiero, y es que mis
alumnos se lleven de mí un mal sabor de boca como el que yo me he llevado al
salir del instituto. Por desgracia, todos en general tenemos tendencia a
acordarnos más de las cosas malas que de las buenas, y aunque yo no quiero
olvidar todo lo bueno que he pasado en mis años de secundaria, no puedo evitar que lo primero
que venga a mi mente al pensar en el instituto sea la injusticia cometida en mi
último año de bachillerato.
Los seis
años que he pasado en el instituto han estado llenos de buenos y malos
momentos, pero sobre todo han estado llenos de dedicación, tanto a mis estudios
como al centro. He participado en todo lo que se ponía por delante e incluso he organizado actividades. He sido alumna ayudante, mediadora, he participado en
los concursos de lectura, en la hora 31, en las actividades deportivas, he
tenido buena relación con compañeros y profesores, he sido delegada de clase,
me he presentado al consejo escolar… Y después de dar todo esto, cuando más
importancia tenía recibir algo a cambio, me descubro dada de lado por todos a
los que yo había ayudado.
Sin
embargo, no confundáis mis palabras, pues yo no hice nada de esto esperando
algo a cambio, ni estaba pidiendo un favor al reclamar mi matrícula de honor,
simplemente reclamaba lo que era mío, y que todavía sigue siendo mío, por el
esfuerzo realizado durante todo el curso de segundo de bachillerato, que ya
sabemos que no es fácil para nadie. Me he dado cuenta que la vida no es justa,
que lo que es mío pueden dárselo a otro, y lo harán, si tienen el poder
necesario.
Lo único
que espero es que alguna vez pueda mirar mi instituto y sonreír otra vez por
los buenos momentos vividos en él, sin que el recuerdo de una injusticia
cometida por otros arruine lo que yo he construido por mí misma.