Nos ponemos una fuerte coraza a prueba de balas, a prueba de cualquiera que intente penetrarla, pero es que nosotros somos el enemigo, somos el caballo de Troya que ataca la ciudad desde dentro, somos el fuego desde el interior, somos tan listos de no dejar entrar a nadie pero tan tontos de permitir que nosotros mismos nos destrocemos por dentro. De nada sirve nuestra muralla si el problema lo tenemos dentro, de nada sirve si somos nuestra propia guerra, el que ataca y el que defiende, de nada sirve si ambos son la misma persona.
¿Lo peor? Que somos completamente conscientes de ello, sabemos lo que nos hace daño, sabemos lo que no deberíamos hacer, pero así somos, no solo lo permitimos, si no que además somos precisamente nosotros mismos los que lo hacemos. Creemos que nos hará sentir mejor, aunque cada vez que volvemos a hacer alguna tontería acabemos siempre mal, no aprendemos, aquí no. Podemos aprender cuando una cerilla nos quema el dedo, pero no aprenderemos nunca que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos.
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