lunes, 14 de diciembre de 2015

Los cinco protagonistas

El viaje de cada mañana. Una hora en el metro que me lleva a mi destino de todos los días. Sin embargo, hoy es distinto. Hoy no me acompaña él. No me acompaña quien hace que todos mis viajes me suma en fantasía, que viva otra historia, una historia que no es la mía. Que viva cosas que sueño y nunca viviré. No me acompaña el que me hace vivir la vida de otros como si fuera mía.

Exacto, estoy hablando de un preciado libro.

Hoy las palabras escritas no son mi compañía, pero lo son otro tipo de palabras. En lugar de leer, hoy me coloco los cascos en mis orejas, y en lugar de vivir la vida de seres ficticios a través de unas páginas, observo la de las personas reales que están a mi alrededor. Cientos de vidas que se cruzan conmigo, que entran y salen de los vagones, que piensan en sus cosas, que solucionan problemas, que empiezan a tenerlos, personas que hablan con sus seres queridos, otras que los echan de menos. Personas que como yo otros días, no se enteran de lo que ocurre a su alrededor porque, en realidad, están en otro mundo, el mundo de las palabras.

Y así, con “No hay nadie como tú” como banda sonora, me fijo en diferentes personas que llaman mi atención.

Ese chico que está sentado en frente de mí, ese chico que está con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la pared. Ese chico que solo abre los ojos cuando el metro frena y se despierta de un micro sueño, aunque, en realidad, tampoco ha sido tan micro, al menos desde fuera, ya que lleva 4 o 5 estaciones “durmiendo”. Es en este frenazo cuando abre los ojos, nuestras miradas se encuentran, y yo aparto la vista. Por dos cosas: la primera porque a nadie le gusta que le miren mientras se queda dormido en el metro, lo hago por él; y la segunda, porque a nadie le gusta que le pillen mirando a alguien en el metro; lo hago por mí.

Al apartar la vista del bello durmiente me fijo en la chica que está a su lado, y me enamoro al instante de la situación. Es el nuevo amor, el amor del siglo XXI: sonreír abiertamente mientras miras una pantalla de teléfono. Lee, sonríe y escribe. Repite el proceso varias veces, varias veces en las que yo me quedo embobada disfrutando del amor que ella misma está sintiendo. Sé que es amor, no es una sonrisa de que algo te hace gracia, o una sonrisa que le das a una amiga, es una sonrisa de amor, y no me preguntéis cómo, pero eso se nota. Levanta la vista, y también nuestras miradas se cruzan, la situación se repite, pero podemos disimular un poco mejor, ya que ambas nos levantamos pues hemos llegado a nuestra estación.

Hoy voy con tiempo, subo andando las escaleras mecánicas, las siguientes las subo parada, disfrutando del tiempo que me sobra. Luego tengo que bajar unas escaleras de las de toda la vida, y es aquí cuando me paro a observar a mi tercer protagonista. No dura mucho, puesto que voy andando, la cosa pasa rápida, aunque aun así me parece que me da tiempo a saber mucho de él.

Un hombre mayor, recorre el pasillo, gira la esquina y se para, se para porque observa que las escaleras que hay ante él no son mecánicas, y no hay opción de encontrarlas a no ser que vaya al otro extremo del andén. Son unos segundos de reflexión: no sé si voy a ser capaz de subirlas; venga va que solo son unos 10 o 15 escalones; pero es que son demasiados y mis rodillas ya no están para estos trotes; tus rodillas llevan 70 años funcionando, no se van a estropear ahora; pero no es solo eso, cuando llegue arriba voy a estar jadeante; te vas atrofiar si dejas de caminar o subir escaleras, son 70 años no 120; a los 120 es donde no voy a llegar; ¿y quieres pasar el resto de años que te queden sin poder caminar de la mano de tus nietos?; tienes razón, allá voy. Y así, en unos segundos de debate interno veo como el hombre se agarra a la barandilla y empieza a subir las escaleras. Es como si hubiera escuchado todos sus pensamientos, y continúo mi camino hasta el final del andén con una sonrisa.

Me paro en el andén, en espera del tren que me llevará a mi destino. Y sigo observando, buscando a mis siguientes protagonistas.

Y ahí están, son una pareja pero ellos no lo saben. Un chico y una chica, él muy alto o ella muy bajita. O quizá las dos cosas. Él lee, ella escucha música, cada uno está en su mundo, no piensan en el otro, no reparan en su presencia. No se dan cuenta de que están de pie, parados al lado de alguien, no se dan cuenta de que desde en frente hacen una pareja divertida. Él está sumido en las palabras, sostiene el libro entre ambas manos pasando las páginas mientras lleva una mochila a la espalda. Ella mira a todas partes sin ver nada en realidad, su mirada está perdida, mueve los labios cantando la letra de la canción que escucha, a la vez que pone el ritmo con el pie derecho. Ninguno se da cuenta de que los observo, esta vez no hay cruce de miradas incómodas.

Entonces, sin haberlo visto ni oído venir, aparece el tren, haciendo que mis dos últimos protagonistas desaparezcan de mi vista. Haciendo que piense que, como dice la canción, no hay nadie como tú.

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