¿Qué hacemos? ¿Qué nos pasa? ¿Cuándo la radicalidad empezó a formar parte de nuestro día a día? ¿Cuándo el acto de matar inocentes se ha convertido en una extraña manera de "defender ideales"? ¿Cuándo, en pleno siglo XXI, un presidente decide cerrar las fronteras de un país aterrado por el dolor?
Ayer me acostaba a las 3 de la mañana viendo noticias sobre lo que todos hoy conocéis: nueva serie de atentados en Francia. Hoy me he despertado y todavía sigue aumentandoe el número de muertos. A cualquier persona le afectan unos acontecimientos así, y sentimos pena, lástima, frustración e impotencia por lo ocurrido en Francia, por todas las víctimas. Pensar en el gran número de heridos y fallecidos me pone los pelos de punta, pero más lo hace el hecho de pensar en ellos uno a uno. Pensar que eran personas como tú y como yo, que vivían un viernes por la noche saliendo a cenar, viendo un partido de fútbol, de fiesta o simplemente a pasear. Por todas esas personas con nombres y apellidos.
Por esa madre que ayer sobrevivió a su hija, una chica de 20 años que simplemente salía de fiesta un viernes más; por ese joven que se quedó en casa ayer y hoy ha despertado con 4 amigos menos; por ese matrimonio que salió a cenar después de una dura semana de trabajo y no volvió a casa con sus hijos; por esa pareja que celebraba su reconciliación dando un paseo bajo la noche parisina; por esa familia que disfrutaba de un partido de fútbol y que tendrán grabado un sonido terriblemente desagradable el resto de su vida; por esa primera cita que también fue la última; por ese abuelo que celebraba rodeado de sus nietos su 70 cumpleaños y que ya no cumplirá más; por esa madre embarazada que hoy ya no tendrá un hijo; por esa estudiante universitaria aprendiendo francés que hoy no responde a las llamadas de su familia; por ese padre que prometió a su hijo llevarle a París y que hoy no podrá prometerle nada más; por esos policías y militares que deseaban no ser necesarios; por esos médicos que han acudido al hospital en su día libre para ayudar con el desastre; por esa profesora que teme volver a clase y haber perdido a sus alumnos.
Por todos y cada uno de los seres humanos, porque aunque el número de muertos y heridos sea uno, el número de afectados es incontable.
No sé si escribir mitiga o empeora la situación, pero la impotencia lleva a cada uno a hacer lo que está al alcance de su mano, y ahora mismo, sólo podía transformar mis ojos llorosos en letras y palabras.
Unidos por París, unidos por un mundo mejor, unidos por la paz.
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