Me he despertado
y no sé hacia dónde mirar, todo a mí alrededor se ha vuelto oscuro, o ya lo
estaba, y yo solo imaginé la luz. Sea como fuere, todo es negro, pero, ¿acaso
no es el negro el resultado de todos los colores? En ese caso el negro sería
una buena señal, sería señal de que todo está bien, de que los colores siguen
en mi vida, que mi existencia sigue cargada de color. Pero no es así. Una cosa
es la teoría, la lógica, y otra es como yo me siento, y es que los sentimientos
no entienden de lógica. Y por mucho que el negro sea todos los colores, yo lo
siento oscuro, lo siento triste, desesperado, frustrado y sin esperanza. Eso
es. Sin esperanza, preferiría despertar y estar rodeado de verde. Habría sido
mucho más agradable que mis ojos hubieran visto verde al despertar, el verde el
bosque, de las hojas de los árboles, del césped con ese olor a hierba recién
cortada. El verde es el color de la esperanza, ¿no? Si al despertar hubiera
visto verde, no lucharían mis ojos por expulsar esas lágrimas que se mueren por
sacar y no pueden, es este maldito negro el que está acabando conmigo, es esta
oscuridad la que no me deja tener esperanza. Intento encontrar el verde en esta
mezcla de colores que es el negro, pero no hay manera, es una mezcla
inseparable, indivisible, al menos a mis ojos, unos ojos que no ven más allá
del negro después del negro. Ni siquiera es gris oscuro, ni siquiera el rojo
que ves cuando cierras los ojos pero al otro lado de tus párpados hay luz,
nada. Solo negro. Solo negro por todas partes. Supongo que hay que resignarse,
no hay esperanza, no hay nada a mi alrededor, no hay nada que ya pueda hacer,
la luz se ha ido para siempre. Supongo que solo me queda cerrar los ojos y
dormir para siempre, imaginando que mi ataúd es verde por dentro.
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