miércoles, 9 de septiembre de 2015

Porque lo pequeño es lo más grande

No importa dónde está el final. No importa la meta, lejos, cerca, son conceptos que no sirven de nada.
Puedes estar a miles de kilómetros de una persona y sin embargo sentirla durmiendo a tu lado. Sin embargo, puedes sentir a quien duerme a tu lado como a un desconocido viviendo en París. Conceptos subjetivos que no importan nada. Es el camino lo que nos debe importar, la vida no es una carrera, no gana el que antes llega a la meta, sino el que más feliz ha sido por el camino.
A todos nos gustaría ganar ese trofeo y por eso son las cosas pequeñas las que importan. Los besos de buenas noches, las sonrisas de buenos días, los abrazos con lágrimas, las lágrimas en soledad, los amigos que van y vienen, los que siempre se quedan, los churros a la vuelta de fiesta, la música en el coche, el locutor de radio de todos los días, los consejos de tu madre, las lecciones de tu padre, las peleas con tu hermano, los lametones de un perro, el azúcar que se cae, el café de por las tardes, el periódico de los domingos, las fotos inesperadas, los sustos, la adrenalina del primer beso, la tristeza de dar el último, las fotos que no quieren ser tomadas, esa canción que te recuerda a ese alguien especial, esa persona desconocida que te cede su asiento en el tren, ese conductor de autobús que te espera después de correr detrás, un abrazo cuando más lo necesitas, un adiós en el peor momento, pasar la última página de un libro, leer una revista en el baño, que se te caiga la pasta de dientes, empezar un libro, llorar con una película, reír hasta que te duela el estómago... y así podriamos seguir.
Porque los pequeños detalles que hacen que la vida merezca la pena
son infinitos
si nosotros deseamos que lo sean.


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